Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según San Mateo 18,15-20.
Jesús dijo a sus discípulos:
Si tu hermano peca, ve y corrígelo en privado. Si te
escucha, habrás ganado a tu hermano.
Si no te escucha, busca una o dos personas más, para que el
asunto se decida por la declaración de dos o tres testigos.
Si se niega a hacerles caso, dilo a la comunidad. Y si
tampoco quiere escuchar a la comunidad, considéralo como pagano o publicano.
Les aseguro que todo lo que ustedes aten en la tierra,
quedará atado en el cielo, y lo que desaten en la tierra, quedará desatado en
el cielo.
También les aseguro que si dos de ustedes se unen en la
tierra para pedir algo, mi Padre que está en el cielo se lo concederá.
Porque donde hay dos o tres reunidos en mi Nombre, yo estoy
presente en medio de ellos.
Jesús traza normas sencillas y concretas para indicar cómo
proceder en caso de conflicto en la comunidad. Si un hermano o hermana pecan, o
sea, si tienen un comportamiento en desacuerdo con la vida de la comunidad, tú
no debes denunciarlo públicamente delante de la comunidad. Antes debes hablar a
solas con él. Trata de saber los motivos de obrar del otro. Si no obtienes
ningún resultado, convoca a dos o tres de la comunidad para ver si se obtiene
algún resultado. Mateo escribe su evangelio alrededor de los años 80 ó 90, casi
a finales del primer siglo, para las comunidades de judíos convertidos,
provenientes de Galilea y de Siria. Si recuerda con tanta insistencia estas
frases de Jesús, es porque de hecho, en aquellas comunidades había una gran
división en torno a la aceptación de Jesús Mesías. Muchas familias estaban
divididas y eran perseguidas por sus mismos parientes que no aceptaban a Jesús,
como Mesías (Mt 10,21.35-36.
En último caso, agotadas todas las posibilidades, el hecho
del hermano reticente se necesita exponerlo a la comunidad. Y si la persona no
quisiese escuchar el consejo de la comunidad, entonces que sea por ti
considerado “como un publicano o un pagano”, o sea, como una persona que no
pertenece a la comunidad y mucho menos que quiera formar parte de ella. Por
tanto, no eres tú el que lo estás excluyendo, sino que es ella misma la que se
excluye de la convivencia comunitaria.
El poder de perdonar se le da a Pedro; en Jn
20,23, este mismo poder se le da a los Apóstoles. Ahora, en este texto, el
poder de perdonar se le da a la comunidad: “todo lo que atéis sobre la tierra
será atado en el cielo y todo lo que desatéis en la tierra será desatado
también en el cielo”. Aquí aparece la importancia de la reconciliación y la
enorme responsabilidad de la comunidad en su modo de tratar a sus miembros. No
excomulga a la persona, sino sencillamente ratifica la exclusión que la persona
misma había tomado públicamente saliendo de la comunidad.
Esta exclusión no significa que la persona sea abandonada a
su propia suerte. ¡Al contrario! Puede estar separada de la comunidad, pero no
estará separada de Dios. Por esto, si la conversación en la comunidad no da
ningún resultado y si la persona no quiere ya integrarse en la vida de la
comunidad, continuamos teniendo la obligación de rogar juntos al Padre para
obtener la reconciliación. Jesús garantiza que el Padre escuchará.
El motivo de la certeza de ser escuchado es la promesa de
Jesús: “Allí donde dos o tres están reunidos en mi nombre, estoy yo en medio de
ellos”. Jesús dice que Él es el centro, el eje de la comunidad, y como tal,
junto a la comunidad ora al Padre, para que conceda el don del retorno al
hermano que se ha excluido.