viernes, 16 de marzo de 2018

El Viacrusis Meditado...

ORACIÓN PREPARATORIA:

Jesús. Yo estaba ahí desde hace dos mil años. Fui yo quien te llevé a Anás y a Caifás, a Herodes y a Pilato, a los azotes y a la corona de espinas, a la cruz y a la muerte.

Fui yo, Jesús. Fueron mis pecados de ayer y de hoy y de siempre.

Yo te preparé este desfile de sangre y de muerte. Este Vía Crucis. Yo he pisado este camino detrás de Ti, gritando y riendo. Yo he pisado la sangre que Tú dejabas; yo he pisado el sudor, los trocitos de piel que arrancó la tierra en tus caídas. Me pesa Jesús.

Hoy quiero recorrer este camino. No como asesino(a). Si Tú me dejas, Jesús, quiero recorrerlo contigo. Esta vez...como amigo(a).

PRIMERA ESTACIÓN: Jesús Condenado a Muerte.


Tenía que suceder así. Habías dicho muchas cosas, habías hecho muchas cosas que no nos gustaban a los hombres. No creas que ibas a escapar de nuestras manos. Nos habías llamado fariseos y raza de víboras. Llamaste bienaventurados a los pobres; dijiste que era difícil que los ricos entraran en el reino de los cielos. Dijiste que no era lícito desear la mujer de nuestro prójimo. Dijiste que teníamos que amar a nuestros enemigos.

Hacías y decías muchas cosas que no agradaban a los poderosos. Eras amigo de pobres, de extranjeros, de viudas. No pediste una recomendación, una influencia, no adulaste a nadie. Tenía que suceder. El mundo te tenía que condenar. Te condenaron entonces y te condenaríamos ahora. Te estamos condenando todos los días. Porque no queremos ni tus mandamientos, ni tus consejos; ni tu sacrificio, ni tu estilo.

Tenía que suceder así. Condenado a muerte. Tú lo has buscado, Jesús. Ya sé, que si yo sigo tus pasos, también seré condenado(a). Me apuntarán con el dedo, se reirán de mí, me llamarán hipócrita, me tendrán por necio(a). Sin embargo, yo sé que Tú tienes razón. Dame fuerza, Jesús, para seguir contigo. Aunque me tengan por loco(a), aunque me condenen. Condenado(a) contigo. Porque yo se que Tú tienes razón.

 SEGUNDA ESTACIÓN: Jesús carga con la Cruz.

   
No, Jesús, Tú no. Esa cruz es mía. No insistas; te digo que está hecho con mis pecados; soy yo quien debo cargar con ella...Está bien Señor, es inútil luchar contigo; Tú eres Dios, Tú siempre ganas. Llévala Jesús. Tú sólo puedes llevarla. Te lo pedimos todos los hombres. Tú sabes muy bien cómo agarrarla. Tú fuiste carpintero desde niño. Tú sabes cómo se agarra un pesado madero, cómo se carga sobre el hombro. Lo hiciste muchas veces en Nazareth: cogías los maderos, los ponías sobre tus hombros, y luego avanzabas...hasta donde había que avanzar. Tú te has entrenado toda tu vida para esto: para saber llevar bien un madero. Este madero. La madera fue siempre para Ti como una gran amistad. Tú la amabas, conocías todos sus secretos. Por eso hoy Tú eres el único que conoces el secreto de esta madera de la cruz. Abrázala, Cristo. Abrázala y anda. Nosotros vamos detrás para aprender cómo se agarra, cómo se lleva una cruz. Porque no sabemos...Y nos hace mucha falta.

TERCERA ESTACIÓN: Jesús cae por primera vez

 
Lo más sublime de este paso es ver cómo se levanta Cristo. Se afianza sobre sus pies y sus manos agarran resueltamente la Cruz que está en el suelo. Voluntad de cargar con la Cruz, otra vez y todas las veces que haga falta. Sus brazos se tensan y la Cruz vuelve a subir de la tierra, levantada por Dios. Cristo ha caído para que tú sepas cómo se levanta uno de la tierra y cómo se vuelve a coger la Cruz.....Con gallardía....Con la firmeza de Cristo. Dios quiere olvidarse de que has caído.....A Dios le interesa saber que eres valiente....que te levantas....que agarras la Cruz......que avanzas. Quedar tendido en el barro es de cobardes. Levantarse, cargar la Cruz, seguir adelante....Ese es el gesto de Cristo, y el de todos los cristianos.

CUARTA ESTACIÓN: Jesús encuentra a su Madre

 
 «No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin» (Lc 1,30-33).

María recordaba estas palabras. Las consideraba a menudo en la intimidad de su corazón. Cuando en el camino hacia la cruz encontró a su Hijo, quizás le vinieron a la mente precisamente estas palabras. Con una fuerza particular. «Reinará.... Su reino no tendrá fin», había dicho el mensajero celestial. Ahora, al ver que su Hijo, condenado a muerte, lleva la cruz en la que habría de morir, podría preguntarse, humanamente hablando: ¿Cómo se cumplirán aquellas palabras? ¿De qué modo reinará en la casa de David? ¿Cómo será que su reino no tendrá fin?. Son preguntas humanamente comprensibles.

María, sin embargo, recuerda que tiempo atrás, al oír el anuncio del Ángel, había contestado: «Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38). Ahora ve que aquellas palabras se están cumpliendo como palabra de la cruz. Porque es madre, María sufre profundamente. No obstante, responde también ahora como respondió entonces, en la anunciación: «Hágase en mí según tu palabra».

De este modo, maternalmente, lleva y abraza la cruz junto con el divino Condenado....mostrándonos a nosotros también como debemos abrazarla. En el camino hacia la cruz, María se manifiesta como Madre del Redentor del mundo.

«Vosotros, todos los que pasáis por el camino, mirad y ved si hay dolor semejante al dolor que me atormenta» (Lm 1,12).

Es la Madre Dolorosa la que habla, la Sierva obediente hasta el final....Madre de Cristo...Madre Nuestra.

QUINTA ESTACIÓN: Simón de Cirene ayuda a Jesús a llevar la Cruz

No quería. Claro que no. Era como uno de nosotros. No queremos llevar la cruz. A Simón le obligaron a llevarla. La Cruz es algo inexorable, algo que encontraremos en cualquier camino de nuestra vida....Agarró el madero con repugnancia. Sin embargo, poco a poco -No sabía por qué -su mano comenzó a acariciar, a apretar aquel madero. Aquel madero tenía algo....Hubo un momento, en un esfuerzo, en que la mano de Jesús, al querer agarrar bien la Cruz, cogió debajo la de Simón, y levantó a la vez el brazo de éste y la Cruz. Simón comprendió en un instante lo que a nosotros tanto nos cuesta: Que es Cristo quien lleva su Cruz y gran parte de la nuestra. ¿Por qué quisiste, Jesús, tener necesidad de Simón? Has querido tener necesidad de los hombres hasta para llevar la Cruz, para hacernos redentores contigo. Para decirnos que nuestras cruces son redentoras, son una prolongación de tu misma Cruz. Para decirnos que los hombres debemos ayudarnos unos a otros a llevar nuestras cruces. En el camino de la vida, a mi lado, marchan muchos seres humanos que a veces no pueden llevar su Cruz. Los has puesto tú allí para que yo les eche una mano.....Y eras tú mismo que pasas tantas veces con la Cruz a cuestas por todas las calles del mundo.

SEXTA ESTACIÓN: Una mujer enjuga el rostro de Cristo.

 
En el camino del calvario una mujer se abrió paso entre los soldados que escoltaban a Jesús y enjugó con un velo el sudor y la sangre del rostro del Señor. Aquel rostro quedó impreso en el velo; un reflejo fiel, un «verdadero icono». A eso se referiría el nombre mismo de Verónica. Si es así, este nombre, que ha hecho memorable el gesto de aquella mujer, expresa al mismo tiempo la más profunda verdad sobre ella.

Un día, ante la crítica de los presentes, Jesús defendió a una mujer pecadora que había derramado aceite perfumado sobre sus pies y los había enjugado con sus cabellos. A la objeción que se le hizo en aquella circunstancia, respondió: «¿Por qué molestáis a esta mujer? Pues una obra buena ha hecho conmigo (...). Al derramar este ungüento sobre mi cuerpo, en vista de mi sepultura lo ha hecho» (Mt 26,10.12). Las mismas palabras podrían aplicarse también a la Verónica. Se manifiesta así la profunda elocuencia de este episodio. El Redentor del mundo da a Verónica una imagen auténtica de su rostro.

El velo, sobre el que queda impreso el rostro de Cristo, es un mensaje para nosotros. En cierto modo nos dice: He aquí cómo todo acto bueno, todo gesto de verdadero amor hacia el prójimo aumenta en quien lo realiza la semejanza con el Redentor del mundo.

Los actos de amor no pasan. Cualquier gesto de bondad, de comprensión y de servicio deja en el corazón del hombre una señal indeleble, que lo asemeja un poco más a Aquél que «se despojó de sí mismo tomando condición de siervo» (Flp 2,7).

Así se forma la identidad, el verdadero nombre del ser humano.

SÉPTIMA ESTACIÓN: Jesús cae por segunda vez.

 
 Fue una zancadilla. Cristo. Lo sabes Tú muy bien, y lo sabemos nosotros. Fue una zancadilla que te dimos alevosamente y por detrás, algunos de los que aparentábamos que íbamos muy compungidos detrás de tí. Tal vez una zancadilla disimulada de alguna d las llorosas hijas de Jerusalén  que te van a salir al encuentro en la siguiente estación, todas deshechas en llanto. Hay algunas que tienen tal facilidad de pecar y seguir aparentando contritas, angelicales, devotas...Por otra parte, entre tanta multitud de buenos y malos que seguían y siguen a Cristo, es tan fácil ponerle una zancadilla por detrás, sin que nadie lo note...Y Cristo cae derrumbado por la zancadilla disimulada de los pecados de los buenos, de los que hemos hecho la nuestra y luego seguimos aparentando rectitud; echando la culpa a los malos; a los sayones, a los de izquierdas, a los rojos, a Caifás, a Judas....Cristo en el suelo por los pecados de los "buenos". Esta caída te duele más Cristo; te duele más porque fué una zancadilla por detrás.

OCTAVA ESTACIÓN: Jesús habla a las hijas de Jerusalén.

 
Ellas eran buenas, Cristo. Lloran porque tienen compasión de Ti. Son buenas. Pero lloran por lo que te han hecho a Ti.....los otros, claro. Lloran por lo malo que han sido contigo...los demás, desde luego. Nos es muy fácil llorar por lo mal que hacen las cosas los demás; lo mal que está el mundo, la juventud,los cines, la economía, la política, las costumbres, la religión, los curas, los gobernantes, la moral pública...¡Qué bien lloramos, Cristo, los pecados de los demás! ¡Qué destreza la nuestra de plañideros profesionales! Todo está mal, todos te ofenden, Cristo; lo deploramos todo, lo deploramos todo. Todo, menos nuestros propios pecados. Eso ya es otra cosa. Por mi Tribunal supremo pasa todo el mundo; todos menos yo mismo. "Llorad por vosotras". Cristo.....la verdad....., no se me había ocurrido; yo veo muy bien los defectos de los demás, pero yo.....Señor...., dame sinceridad y luz para ver y admitir que YO soy un gran pecador; que YO te he puesto así. Señor, que vea que Yo soy ese leño seco......Cristo, que aprenda a llorar por mí. Por mis pecados.

NOVENA ESTACIÓN: Jesús cae por tercera vez.

 
 ¿Se ha muerto? ¡ No Cristo.....no te puedes morir ahí: tienes que morir arriba, clavado en una cruz, tienes que hacer la redención sufriendo más, mucho más! Esta es la razón por la Cristo no se dejará morir ahí. Un esfuerzo supremo de voluntad: voluntad de seguir viviendo, para sufrir más. Cristo, si te hubieras dejado morir ahí, en la tercera caída, todavía habría sido una muerte gloriosa; todos los hombres te hubiéramos agradecido por haber sufrido por nosotros....., y bastaba, Cristo, para que hubieras tenido una fama inmensa...y si te hubieras ahorrado el morir clavado. Los mejores de entre nosotros hacen muchas veces esto, Cristo: luchan por algún tiempo, pero pronto llega un día en que dicen que ellos ya han hecho bastante. Que ya está bien; que ahora les toca descansar. Nosotros.....somos todavía menos que ellos: nos quedamos en tierra después de la primera o segunda caída. Nosotros, los flojos, los cansados de todos los tiempos. Los que nos quedamos tumbados en el barro de nuestros pecados, en el barro de nuestro pesimismo, en el barro de nuestra flojedad. ¡Levántate Cristo para que sepamos que contigo podemos levantarnos todos!: los pecadores de toda la vida,, los desesperados, los flojos, los pesimistas....¡Podemos llegar hasta el fin, Cristo! ¡¡Podemos!!.


DÉCIMA ESTACIÓN: Jesús es despojado de sus vestidos 
y le dan a beber hiel y vinagre.

 «Después de probarlo, no quiso beberlo» (Mt 27,34).

No quiso calmantes, que le habrían nublado la conciencia durante la agonía. Quería agonizar en la cruz conscientemente, cumpliendo la misión recibida del Padre.

Esto era contrario a los métodos usados por los soldados encargados de la ejecución. Debiendo clavar en la cruz al condenado, trataban de amortiguar su sensibilidad y consciencia. En el caso de Cristo no podía ser así. Jesús sabe que su muerte en la cruz debe ser un sacrificio de expiación. Por eso quiere mantener despierta la consciencia hasta el final. Sin ésta no podría aceptar, de un modo completamente libre, la plena medida del sufrimiento.

En efecto, Él debe subir a la cruz para ofrecer el sacrificio dé la Nueva Alianza. Él es Sacerdote. Debe entrar mediante su propia sangre en la morada eterna, después de haber realizado la redención del mundo (cf. Hb 9, 12).

Consciencia y libertad: son los requisitos imprescindibles del actuar plenamente humano. El mundo conoce tantos medios para debilitar la voluntad y. ofuscar la consciencia. Es necesario defenderlas celosamente de todas las violencias. Incluso el esfuerzo legítimo por atenuar el dolor debe realizarse siempre respetando la dignidad humana.

Hay que comprender profundamente el sacrificio de Cristo, es necesario unirse a él para norendirse, para no permitir que la vida y la muerte pierdan su valor.

UNDÉCIMA ESTACIÓN: Jesús es crucificado

 
Tus manos abiertas Cristo, más abiertas que nunca para perdonar. Tus pies quietos, Cristo, más quietos que nunca para que podamos encontrarte siempre. Tu cuerpo Cristo, que se ajusta tan maravillosamente a la cruz, hecho por Dios en forma de cruz, destinado para la Cruz. Tu cuerpo y los cuerpos de todos nosotros, sorprendentemente fabricados en forma de Cruz, con destino divino de que nos abracemos a ella. La cruz que es nuestra empresa y nuestro triunfo. La cruz para la que estamos hechos; la cruz de la que huimos como necios. Por tus manos clavadas y abiertas, por las mías ligeras, sensuales, hábiles para la injusticia, cerradas para odiar y golpear. Perdónanos Señor, que ya sabíamos lo que hacíamos. Por tus pies quietos, cosidos y ensangrentados, por los míos que han corrido por tantos caminos tortuosos, por mis pies manchados con el fango de la vida. Perdónanos, Señor que ya sabíamos lo que hacíamos. Perdónanos Cristo, que ya sabíamos que era pecar; aunque supiéramos lo que era clavarte de manos y pies, aunque supiéramos lo que era tenerte colgado entre el cielo y la tierra por tres horas de tormento. Perdónanos Señor. ¡Aunque supiéramos lo que hacíamos!.

DUODÉCIMA ESTACIÓN: Jesús muere en la Cruz.

 
Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen» (Lc 23,34).

En el culmen de la Pasión, Cristo no olvida al hombre, no olvida en especial a los que son la causa de su sufrimiento. El sabe que el hombre. Más que de cualquier otra cosa, tiene necesidad de amor: tiene necesidad de la misericordia que en este momento se derrama en el mundo.

«Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso» (Lc 23,43). Así responde Jesús a la petición del malhechor que estaba a su derecha: «Jesús, acuérdate de mí cuando estés en tu Reino» (Lc 23,42) La promesa de una nueva vida. Este es el primer fruto de la pasión y de la inminente muerte de Cristo. Una palabra de esperanza para el hombre.

A los pies de la cruz estaba la madre, y a su lado el discípulo, Juan evangelista. Jesús dice: «Mujer, ahí tienes a tu hijo. Luego dice al discípulo: Ahí tienes a tu madre» (Jn 19,26-27).
«Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa» (Jn 19,27). Es el testamento para las personas que más amaba. El testamento para la Iglesia.

Jesús al morir quiere que el amor maternal de María abrace a todos por los que Él da la vida, a toda la humanidad.

Poco después, Jesús exclama: «Tengo sed» (Jn 19,28). Palabra que deja ver la sed ardiente que quema todo su cuerpo.

Es la única palabra que manifiesta directamente su sufrimiento físico. Después Jesús añade: «¡Dios mio, Dios mío! ¿por qué me has abandonado?» (Mt 27,46; cf. Sal 21 [22], 2); son las palabras del Salmo con el que Jesús ora. La frase, no obstante la apariencia, manifiesta su unión profunda con el Padre. En los últimos instantes de su vida terrena, Jesús dirige su pensamiento al Padre. El diálogo se desarrollará ya sólo entre el Hijo que muere y el Padre que acepta su sacrificio de amor.

Cuando llega la hora de nona, Jesús grita: «¡Todo está cumplido!» (Jn 19,30). Ha llevado a cumplimiento la obra de la redención. La misión, para la que vino a la tierra, ha alcanzado su propósito.

Lo demás pertenece al Padre:
«Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu» (Lc 23,46). Dicho esto, expiró. «El velo del Templo se rasgó en dos...» (Mt 27,51). El «santo de los santos» en el templo de Jerusalén se abre en el momento en que entra el Sacerdote de la Nueva y Eterna Alianza.

DECIMOTERCERA ESTACIÓN: El Descendimiento.



Tómalo, Madre, ya está; te lo devolvemos. Así, en tus brazos, Madre, como lo tenías en Belén, ¿te acuerdas? Tú nos lo diste en Belén para nosotros, para todos los hombres. Mira como te lo hemos puesto...Perdona, Madre, te lo estabas temiendo: que los hombres no sabríamos cómo tratar a Dios. Hoy te lo devolvemos; es el mismo. Ya sabemos que Tú le reconoces a pesar de todo...., eres su Madre. El mismo que tu adormecías en Belén meciéndole en tus brazos, cantándole una canción. Ahora también está dormido; lo hemos conseguido nosotros, ha pasado por nuestras manos criminales; le hemos cantado la canción del pecado y de la muerte.  Se ha dormido, Madre, y ya no sabemos qué hacer con Él. Hemos venido también, para pedirte una cosa....Que nos perdones, de tu  parte.....y de parte de Él. Otra cosa, Madre...Dale un beso de tu parte.....y de la nuestra.  Así,.....como se los dabas en Belén.

DECIMOCUARTA ESTACIÓN: Jesús es sepultado.

 
Te han llevado. Te han puesto en las tinieblas, te han cubierto con unos lienzos; después han rodado la piedra de tu sepulcro; terminó el sufrimiento. Todo se ha acabado. ¡¡¡No!!! ¡Tu Viacrucis Cristo, no ha concluido!! Tu cuerpo místico seguirá recorriendo el camino del Calvario hasta el fin de los Siglos.  Tú sigues sufriendo en todos los hombres que nos vamos relevando en el camino de la Cruz. Cristo, que todavía pasas por todos los caminos del mundo con las cruces de todos los hombres; de los que no quieren; de los que no pueden llevar su Cruz; de los que caemos tantas veces; de los que no ayudamos a llevar la cruz de nuestro hermano;  de los que dejamos la nuestra sobre los hombros de los demás....Sabemos que detrás de la Cruz y de la muerte está la Victoria; pero solos no podemos. Señor, te pedimos que vengas otra vez a corre el camino de la Cruz. Esta vez el nuestro. Cristo, hermano.....Ven otra vez....con nosotros.

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