jueves, 1 de junio de 2017

Devoción al Sagrado Corazón de Jesús


La devoción al Sagrado Corazón de Jesús es tan antigua como la Iglesia, pues tuvo principio en la cruz, en que aquel Divino Corazón, atravesado por la lanza, abrió desde entonces para los cristianos un asilo inviolable.

Los mayores santos de todos los siglos, Santa Gertrúdis, Santa Catalina de Sena, Santa Teresa, San Bernardo, San Buenaventura y otros muchos, practicaron esta devoción; pero estaba reservado a nuestros tiempos ver honrado el Sagrado Corazón de Jesús en un culto público que principió en Francia, valiéndose Dios para manifestar esos designios de misericordia en el establecimiento de esta devoción, de la persona de una sencilla religiosa de la Visitación, llamada Margarita María.

Jesucristo que la había favorecido ya con sus más preciosos dones, se le apareció, y descubriéndole el Corazón le dijo:

“Ve aquí este Corazón que tanto ha amado a los hombres; que para demostrarles su amor no ha perdonado nada hasta desfallecer y consumirse; y que en vez de agradecimiento, no recibe de la mayor parte más que ingratitudes y desprecios, irreverencias, sacrilegios y frialdad por mi en el Sacramento de mi amor, siendo lo más sensible que así obren aún los corazones que me están consagrados. Por lo mismo te encargo que en el primer viernes después de la octava del Santísimo Sacramento, se dedique una fiesta particular para honrar mi Corazón, haciendo una reparación de honor con una satisfacción pública, y ofreciendo la Comunión de aquel día con el objeto de reparar las ofensas que ha recibido mientras está expuesto en los altares; y te prometo que mi Corazón se dilatará para derramar en abundancia las influencias de su divino amor sobre todos los que le tributen este obsequio.” 

La humilde religiosa respondió confundida. –“Pero, Señor, ¿a quién te diriges? A esta miserable criatura, a esta pobre pecadora a quien su misma indignidad haría capaz de impedir el cumplimiento de tus designios. ¡Tu, Señor, tienes tantas almas generosas para ejecutarlo!
Y qué, le respondió el Señor, ¿no sabes que siempre me valgo de los objetos más débiles para confundir los fuertes, y que regularmente hago visible mi poder con más brillo en los pequeños y pobres de espíritu para que nada se atribuyan a si mismos?”.
“Pues bien, Señor, replicó la religiosa, dame los medios de ejecutar lo que  me mandas”. Jesús entonces añadió: “dirígete a mi siervo el P. la Colombiere, y dile de mi parte, que haga cuando pueda para establecer esta devoción y dar a mi Corazón este gusto; que no se desanime por las dificultades que encuentre y que no faltarán, sino que tenga presente que quien desconfía de sí mismo poniendo toda su confianza en mí, es todopoderoso”.

El P. la Colombiere no era de esos espíritus ligeros que todo lo creen sin discernimiento; pero como tenía bien experimentada la santidad de aquella religiosa, y reconoció por señales sensibles la verdad de sus comunicaciones con Dios, no pudo prescindir de dar crédito a lo que por medio de su sierva le ordenaba nuestro Señor, creyendo debía contribuir al establecimiento de una devoción tan santa, que por otra parte nada tenía que pudiese hacerla sospechosa.
Comenzó, pues, por sí mismo, queriendo ser el primer discípulo del Corazón de Jesucristo, y el primer adorador de su amor según las reglas prescritas a la Sor Margarita María. Consagrandose enteramente a este Sagrado Corazón y al amor que justamente se le debe; le ofreció cuanto tenía y cuanto podía ser a propósito para honrarle, considerándose dichoso, si podía ser la víctima de Jesucristo; y esta consagración de sí mismo a nuestro Señor la hizo solemnemente el Viernes 21 de Junio, después de la octava de la fiesta del Santísimo Sacramento del año de 1675, día que puede considerarse como en el que hizo su primera conquista el Corazón de Jesús.


Combatida y hasta vituperada desde entonces esta piadosa devoción, como lo ha sido siempre y los son todas las obras de Dios; ha llegado por fin a establecerse en todo el mundo con un éxito prodigioso, particularmente desde que fue solemnemente aprobada por los soberanos pontífices; y así quedó justificada la confianza con que la venerable Margarita María acostumbraba  a decir: “Aún cuando viese al mundo entero desencadenado contra esta devoción, no perdería la esperanza de verla establecida, habiendo recibido de la misma boca de mi Salvador la seguridad de conseguirlo”.