domingo, 6 de septiembre de 2015

JESÚS, SEÑOR DE LA VIDA Y LA MUERTE

(Mc 7,31-37)


El Señor puede hacer su Voluntad. Él es el Creador, el Señor de todo lo visible e invencible, y puede alterar lo que su Voluntad así lo desee. Claro está, que el Señor nada malo puede hacer. Es Inmutable y su Bondad infinita. Todo lo que haga será lo mejor para el hombre.

Pero, el hombre, tocado por el pecado, se atreve a interpretar los pensamientos e intenciones de Dios. Se atreve a diagnosticar la obra de Dios y hasta prohibirle su actuación y su Voluntad. Dios hace libre al hombre y deja a su libertad la elección de aceptarle, reconocerle o rechazarle. Pero, a pesar de la opción que elija, Dios continúa amándole y abriéndole los brazos misericordiosos a su perdón.

Dios quiere salvar al hombre, y para ello ha se ha hecho Hombre en su Hijo Jesucristo, entregándose a una muerte de Cruz para pagar por su rescate. Su compromiso es inmutable y actúa para salvarlo. Por eso aprovecha las oportunidades que las circunstancias le ofrece y cura a aquel sordo con dificultad para hablar para demostrar su poder y divinidad.

Jesús es declarado como el que hace todo bien; hace hablar a lo sordos y hablar a los mudos. sin embargo, hoy, muchos exigen que cure a todos, y que lo que los hombres hacen mal, Jesús lo transforme en bueno. Algo así como una caja mágica que purifique y convierta todo lo malo en bueno. Confunde la libertad con que el Señor no pueda intervenir para transformar algo malo en bueno. ¿Para qué si no la oración? ¿Tendría sentido la Cruz si Dios interviene para evitar el mal?

Uno de los grandes peligros de hoy es el querer interpretar la Voluntad de Dios y de constituirnos en jueces capaces de discernir lo que Dios tiene que hacer o no. ¿Acaso no es Dios dueño de hacer lo que quiere? ¿Acaso no sabe Dios qué es lo que conviene al hombre? ¿Vamos a decirle nosotros a Dios que es lo que debe hacer? Al parecer, aunque no parezca extraño, hay gente que así piensan.