domingo, 9 de agosto de 2015

SEGUIMOS IGUAL

(Jn 6,41-51)


Seguimos igual, con esas palabras podemos resumir lo que continúa pasando en la actualidad. Después de 2015 años todo sigue exactamente igual. Muchos siguen preguntándose de qué Padre habla Jesús, y quién es ese Pan Vivo que baja del Cielo.

Es verdad que el hombre sigue buscando la eternidad, porque no quiere morir. Ese sería el primer objetivo del hombre: "No morir". Pero el pan que fabrica el hombre es pan de muerte, porque no da la vida. A pesar de los intentos de la ciencia no consiguen fabricar el elixir que dé la eternidad, y, hoy Jesús, nos ofrece esa aspiración que el hombre persigue: Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron el maná en el desierto y murieron; éste es el pan que baja del cielo, para que quien lo coma no muera. Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le voy a dar, es mi carne por la vida del mundo». 

Jesús acierta de pleno. Sabe lo que busca y desea el hombre, y se ofrece como salvación dándonos a comer su Cuerpo y a beber su Sangre. Jesús instituye la Eucaristía. Ese sí es el alimento que nos da la Vida Eterna. Esa Vida que busca el hombre; esa Vida Eterna vivida en gozo y felicidad.

Ahora, ¿cómo se puede ofrecer eso? La única forma posible es siendo el Hijo de Dios bajado del Cielo. Pero volvemos al principio: Necesitamos la fe, porque, sobre todo sus contemporáneos, que le conocían como el hijo del carpintero, no pueden asimilar que sea el Hijo de Dios, el Mesías prometido. Y hoy ocurre igual con los católicos que se bautizan. Siguen celebrándose bautismos en la Iglesia, pero más bien como un acto social y cultura que de fe. Los cristianos, como ocurría en tiempos de Jesús, no le conocen, y menos a su Padre que lo envía. Siguen buscando ese pan de vida entre las cosas caducas de este mundo.

Y ese es el problema, buscan donde no se puede encontrar. Porque la salvación del hombre no está en las cosas de este mundo, pertenecemos a otro. Este mundo lo rige el demonio, él es su príncipe, pero nosotros pertenecemos a otro mundo, el del Reino de Dios, siempre y cuando estemos dispuestos a quererlo, buscarlo y encontrarnos con Jesús. Sabiendo que ha salido Él primero a buscarnos. Sólo tenemos que dejarnos encontrar.

Y esa posibilidad pasa por abrir nuestro corazón de hombre viejo y caduco, para dejar entrar al Espíritu Santo, a ayudarnos a transformarlo en un corazón nuevo, de niño, joven, disponible y dispuesto a liberarnos y despojarnos de los apegos, vicios, malos hábitos, pasiones y apetencias que nos esclavizan y encadenan alejándonos del verdadero Tesoro que es encontrarnos y abrirnos a la Gracia del Señor.