domingo, 7 de junio de 2015

JESÚS SE NOS DA EN ESPÍRITU BAJO LAS ESPECIES DE PAN Y VINO

(Mc 14,12-16.22-26)


La liberación de la esclavitu consiste en la victoriosa salida de Egipto. El pueblo judio es liberado de la esclavitud a la que está sometido en Egipto, y esta liberación es festejada para conmemorar la historia de la salvación. 

Ahora, es Cristo quien nos libera de la esclavitud del pecado. Un pecado que nos somete y nos esclaviza. Un pecado que enfrenta a los hombres hambrientos de poder, de riquezas, de prestigios. Un pecado que sacia el orgullo y la soberbia del hombre suficiente que rechaza los mandatos de Dios y aspira a igualarse a Él. Un pecado que desata envidias, luchas, odios y venganza que genera pobreza y muerte.

Nuestro Señor se hace víctima propiciatoria en la Eucaristía. Víctima inmolada cuyo Cuerpo y Sangre es ofrecido para la redención de todos los hombres. La Eucaristía es sacrificio: es el sacrificio del Cuerpo Inmolado de Cristo y de su Sangre derramada por todos nosotros. A lo largo de la historia se irá actualizando en cada Eucaristía. En Ella tenemos el alimento: es el nuevo alimento que da vida y fuerza al cristiano mientras camina hacia el Padre.

La Eucaristía es el alimento que nos sostiene y que nos fortalece para vivir la vivencia del amor. En la parábola del samaritano se nos descubre la actitud del creyente. No es lo primero el precepto o cumplimiento, sino el amor. El amor al Padre y el amor a los hombres. Ambos van unidos, de forma que no amas a Dios si no amas al hombre. Y no puedes amar al hombre si no estás injertado y unido al amor de Dios.

Jesús se parte para repartirse. Cada Eucaristía es la fracción del pan a la que están invitados todos los hombres. El Pan que alimenta y que se hace comida para todos los hombres. Comida de amor y de fraternidad. Porque la fiesta del Corpus es fundamentalmente la fiesta de la Caridad. Un Cuerpo de Cristo que nos reparte salvación y nos invita a hacer nosotros lo mismo. 

De tal forma que solo nos identificamos con el Señor en la medida que nos identificamos con cada hombre y le amamos repartiendo con ellos todo lo recibido del Padre que nos une y que nos hace hermanos.