viernes, 5 de abril de 2013

UNA VIRTUD HEROICA: LA CASTIDAD

 

El video de hoy tiene un grandísimo valor, porque como dicen por ahí “las palabras convencen, pero los ejemplos arrastran”, y la gran fuerza de este video radica justamente en esto, en el ejemplo. Se trata del testimonio de felicidad de quien recibiendo un gran don ha sabido valorarlo y cuidarlo como tal; y esto vale más que mil palabras. Se puede percibir la grandeza de esa alegría profunda de quien ha sabido amar en serio, a pesar de las grandes dificultades. El amor auténtico brilla, se impone. Es algo que se transmite y que no requiere de elaborados argumentos. Es como la luz de la que habla el Señor en el Evangelio, esa que alumbra toda la casa. Aquí podemos reconocer a alguien que ha recibido el don de una persona amada y ha sabido cuidar ese tesoro, ese regalo, a través del respeto, de la paciencia, del amor auténtico en todas sus dimensiones (física, psicológica y espiritual)… lo cual no es fácil, pues para llevar esto a cabo, se necesitan muchas virtudes, entre las cuales se encuentra la tan preciosa, pero hoy malbaratada y caricaturizada, virtud de la castidad. 

Ser casto (puro) tanto antes como durante el matrimonio es algo de verdad heroico. Deberíamos ser capaces de reconocer a los grandes héroes. Sin embargo, muy por el contrario, hoy en día no solo no los reconocemos, sino que los tenemos por cobardes. ¡Gran y absurda paradoja de nuestro tiempo! Hoy se tiene a la pureza como actitud de cobardes, de carcas o reprimidos. Y a mi parecer, este es un buen termómetro de cuánto hemos perdido el norte. Ya desde un buen tiempo muchas de las grandes virtudes han comenzado a ser tenidas como exageraciones cucufatas, mientras increíblemente muchos vicios han comenzado a ser celebrados como actitudes “con estilo”. Como me decía una vez un chico “hoy en día ser malo es bueno, porque te permite ser aceptado y reconocido por los demás”. Es por esto que nos cuesta reconocer a uno verdaderamente grande cuando lo vemos, como en este video. 

Ante este panorama, creo que la solución no van tanto en la línea de dar buenos argumentos (podríamos dar mil razones de porqué es mejor vivir la virtud de la castidad que no vivirla; podríamos discutir largamente sobre todas la consecuencias nefastas que ha generado la perdida de esta virtud actualmente), sino más bien lo que se necesita sobre todo son testimonios. Testimonios vivos y encarnados.




Personas que puedan mostrarle al mundo lo luminosa y feliz que puede ser una vida cuando se tiene un corazón puro. Que sean capaces de demostrar con sus vidas que hay personas por la cuales vale la pena esperar, pues el amor más puro se conquista a través del esfuerzo, del sacrificio, del respeto. Que puedan transmitir que la auténtica felicidad en una relación se construye aceptando al otro como un don preciado y frágil que se debe cuidar constantemente (aunque implique grandes renuncias). 

Solo entonces, solo con estos testimonios que irradien esa luz, es que podremos mirar la realidad en un modo diferente. Como sucedía con aquellos héroes griegos a los cuales el pueblo dirigía su mirada para saber como obrar, pues al encarnar la virtud con sus vidas, se volvían la medida de toda norma. Su luz brillaba en lo alto, alumbrando a todos los de la casa. Estos héroes que tanto necesitamos hoy, son lo que nosotros llamamos santos. 

 Daniel P.


SAN VICENTE FERRER

San Vicente Ferrer


Vicente nació en Valencia en 1350 y a los 17 años terminó sus estudios de filosofía y teología. Lo incluyeron en el cuerpo docente y en 1375 fue ordenado sacerdote. Recorrió toda Europa predicando el mensaje cristiano y recuperaba todo el vigor juvenil, aún en edad avanzada, en cuanto se subía al púlpito o en los palcos improvisados en plazas o calles.

Recorrió el norte de Francia tratando de poner fin a la guerra de los Cien Años. Murió durante su misión en Vannes en 1419 y fue canonizado por Calixto III en 1455.

 5 de abril de 2013. Viernes dentro de la octava de Pascua.
Oración de la mañana (laudes)

Oraciones del día descargables en PDF aquí.

V. Dios mío, ven en mi auxilio.
R. Señor date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
Por los siglos de los siglos. Amén.